Sin sangre en las venas - Parte 2 de 2

Pasaron los años y así llegué a otro milenio. La tecnología había aumentado de manera sorprendente y cada vez estaba más solo, apenas me encontraba con alguno de los míos una vez al año. Todo este tiempo  lo había pasado estudiando y degustando el arte en todas sus manifestaciones. Cada vez costaba más encontrar obras y creadores, al menos entre los vivos, que realmente  me sorprendieran y me invitaran a seguir disfrutando en mis tiempos muertos y nunca mejor dicho. Por mi parte, seguía siendo incapaz de crear, al final, frustrado empecé a relacionarme en profundidad con esos humanos "especiales" por el simple hecho de aprender desde cerca de  las mentes de esos seres privilegiados llamados "artistas". Me gustaba conversar con ellos, me pasaba noches enteras en bares bohemios, en galerías de arte poco iluminadas o haciendo botellón por barrios más o menos marginales. La mayoría de las veces me encontraba con  artesanos camuflados de artistas o vendedores de humo de alto precio y cuando les desenmascaraba los dejaba secos, sin una gota de sangre. Eso si, de vez en cuando me encontrabas con algún ser excepcional cuyas palabras y sabiduría estaban por encima de mis ancestros, estos humanos si que eran los verdaderos inmortales, creadores de obras imperecederas. No como yo, un ser inhumano condenado a subsistir a duras penas a través de los años, frustrado por su incapacidad de crear algo que no estuviera basado en mi limitada percepción nocturna, errante y trágica.

Y así estuve hasta el siguiente cambio de milenio, el que nos concierne, seguía muerto y coleando, principalmente por mi excesiva prudencia a la hora de alimentarme, sólo de vez en cuando daba miedo a la gente porque no suelo ocultarme mucho, me muestro tal como soy, de negro por dentro y por fuera, con unos colmillos incipientes que surgen un poco cuando sonrío en exceso, pera esa sensación de espanto era provisional, mi sinceridad les acababa reconfortando. Mis ojeras, mi piel pálida eran lo de menos, en el fondo era mi mirada ajena a la humanidad lo que les molestaba, era como un esbirro de la muerte disfrazado en un cuerpo bonito; pero todo era apariencia, en mi interior albergaba un alma respetuosa, honorable; casi inofensivo; salvo cuando me encontraba con algún idiota que molestaba a los demás y lo encontraba suculento, entonces se convertía en mi manjar. 

Al final aprendí a relacionarme con desconocidos de todo tipo, hice amigos en las clases más bajas, incluso a algunos, a aquellos no temían a la muerte ni a la vida, hasta les conté mi secreto. Es con estas personas, esas pocas criaturas que no me temían, las que supieron abrir en todo su esplendor su corazón hacia mi para alimentarme empáticamente con la pureza de sus emociones. Después de todo, descubrí que mi hambre espiritual no sólo podía controlarse mediante un largo ayuno y meditación sino mediante otro tipo de alimento: el de los sentimientos. Por mis venas desde hacía meses no corría sangre, estaba toda estancada, podrida, no tenía la fuerza de antaño, no podía volar, ni hacer trucos pirotécnicos, pero seguía siendo inmortal y el relacionarme con esas personas hacía que tuviera un razón para levantarme todas las noches de mi tumba. Descubrí  que mi capacidad de nutrirme de sentimientos ajenos (sin que ellos lo notasen y sin que les afectase) me estaba convirtiendo en ese artista que anhelaba, empecé a hacer música basándome en las historias de los demás, escribí cuentos, novelas e incluso las hice públicas en revistas independientes y blogs.  Poco a poco me hice un rincón en la ciudad, especialmente en los corazones de otras personas afines a mi tragedia..

No estaba vivo, pero tampoco muerto y cada día que pasaba sentía un dolor profundo en mi cuerpo, apenas podía caminar o hablar, como si el paso de los centenares de años que tenía se manifestase físicamente en mi. Sentía que tenía los días contados, que el contrato que, sin saberlo, hice con Lucifer, estaba expirando y me acercaba a la verdadera muerte. Después de estar varios días inmóvil en cama en agonía, efectivamente, mi cuerpo falleció y de manera completamente inesperada, de los restos de éste emergió un nuevo ser, empapado de sangre estancada y  de carne en un avanzado estado de putrefacción. Ese ser soy yo, el de la fotografía, quien escribe estas palabras. La resurrección, por razones que desconozco, surgió, un nuevo cuerpo diferente lo que había sido emergió de la nada, volví a respirar, mi corazón a latir y obtuve todas las  bondades y defectos de los mortales menos en algunas cosas... el sabor de la sangre me parecía siendo exquisita, aunque a mi nuevo organismo no le sentaba muy bien y. seguía siendo inmortal en lo referido a heridas física, para colmo los rayos de sol me provocaban una alergia muy desagradable que no hubo médico que pudiera contener y me dejaba el cutis hecho un asco. Así que preferí seguir haciendo vida nocturna, que después de todo, tras tantos años de vivir entre tinieblas yo seguía siendo una criatura de la noche.  

Comentarios